Alan Félix

Brevísimas notas sobre la Crítica de la modernidad

 

 

 

Algunos libros, aún no sé quién los clasificó entre los objetos inanimados, marcan a quien los lee, dotándolo de una manera nueva de mirar el mundo, de desencantarlo; raramente me pasa con una novela (leo fatal entre líneas), pero algunos ensayos tienen ese efecto en mí. Uno de ellos, Crítica de la modernidad de Alain Touraine, me propongo traer ahora a las hospitalarias líneas de gárgola vacas, para comentar por encima y brevemente, algunas de sus partes, con el propósito de empujar al lector en sus páginas.

La modernidad, ¿qué es? ¿por qué surge y en qué condiciones? Touraine reflexiona amplia e inteligentemente sobre estas cuestiones y añade una nueva: ¿puede ser identificada la modernidad con la racionalización y sólo con ella? Trata, por tanto, de acotar un concepto, el de modernidad, que por su complejidad requiere de una elaboración lenta y cuidadosa; por eso tal vez no sea desacertado desenmascarar antes algunos comportamientos que sólo llevan a falsas respuestas. Este proceder cobra aún más importancia de la que el mero rigor le confiere, dado que «el triunfo de la modernidad ha rechazado todo lo que parecía resistirse al triunfo de la razón», poniendo de relieve un empobrecedor paralelismo. Un primer planteamiento erróneo es el de la «antimodernidad»: teniendo casi todas las sociedades nuevos modos de comunicarse y de crear riqueza, hacer creer a una nación que debe escoger entre la conservación de su propia cultura y una modernidad universalista y destructora de la diversidad, esconde un mal disimulado afán de dominación oscurantista; la modernidad afecta a todos, aunque es cierto que en diferente grado.

Otro camino del que hay que huir es aquél en que subyace la idea de modernidad por etapas: la modernidad no es una huida dolorosa de la tradición en la que tras una fase de dificultades provocadas por la brusquedad de la ruptura se llega a una zona de estabilidad, tranquilidad y abundancia. Esta visión se estrella contra la pobreza y el hambre crecientes en el mundo, así como creciente es la riqueza, formando una paradoja que tal vez no lo sea tanto.

Touraine nos advierte aún de un último escollo: identificar la modernidad con el individualismo, con la ruptura de los sistemas. El cese de la connivencia de la política y la religión, y de la política y la economía, el desarrollo de la ciencia y las artes o de la vida privada, son factores de modernización, pues luchan contra los mecanismos reaccionarios; pero nada induce a identificar la modernidad con una sola forma de modernización, la capitalista, tan caracterizada por la autonomía en el campo económico. Por el contrario —afirma Touraine— tanto el Estado, como la voluntad de unidad o independencia nacional han jugado, en algunos casos, papeles decisivos.

Debemos, por tanto, regresar al centro mismo del concepto de modernidad y tratar de definirlo de modo positivo, no sólo como antitradición, inversión de costumbres y creencias, abandono de particularismos... En definitiva, analizar qué afirma y qué rechaza.

 

La subjetivación

¿Se bastan la razón, el conocimiento científico y la sociedad de producción para definir la modernidad? Sí, si observamos desde el lado de la naturaleza, si se trata de nuestra representación del mundo. La respuesta, sin embargo, se torna rotundamente negativa si la observación se hace desde el punto de vista de la acción humana, donde se pone de manifiesto que esto no es sino la mitad de lo que llamamos modernidad.

Tradicionalmente el ser humano se hallaba sometido a un destino que escapaba a su voluntad, su acción solamente podía tender a acoplarse al orden establecido, entendiéndolo como un orden racional que debía conocer. La modernidad rompe con esto, pero el desencantamiento del mundo no es una obra exclusiva de la razón, sino de la ruptura entre un sujeto divino y un orden natural, esto es «la separación del orden del conocimiento objetivo y del orden del sujeto». Al avanzar lo moderno, se va abriendo una mayor separación entre el sujeto y los objetos; pero la modernidad no es solamente la percepción exacta y real del mundo y su dominio mediante la ciencia, sino que a esta racionalización hay que añadirle la subjetivación, pues «los éxitos de la acción técnica no deben hacer olvidar la creatividad del ser humano». El hombre, está en la naturaleza, y en tanto que tal es objeto de un conocimiento objetivo, pero a la vez es sujeto y subjetividad. En el pasado se identificó la formación del hombre como sujeto, con el aprendizaje del pensamiento racional y con no someterse a más dictado que el de la razón. Es este último punto el que impide la concepción global de la modernidad, haciendo reposar todo el peso de ésta sobre la razón; sin embargo no será posible una verdadera existencia de la modernidad hasta la interacción de la ciencia y la conciencia, de la razón y el sujeto. Ya Freud señaló el hecho fundamental de que la fantasía —la imaginación— guarda una verdad que es incompatible con la razón, en tanto que protege contra la misma razón, las aspiraciones de una «realización integral del ser humano» que son reprimidas por la razón. ¿Existe algo más radicalmente moderno que la plena realización del hombre?

Sin embargo, se ha querido imponer la renuncia a la idea de sujeto, el olvido del sentimiento bajo el triunfo de la razón, y la modernidad no es la verdad diseccionada a manos de la ciencia, por el contrario la modernidad coloca al hombre frente al mundo, o en palabras de Touraine «marca el paso de la correspondencia del microcosmos y del macrocosmos, del universo y del hombre, a la ruptura que aporta el cogito cartesiano». La modernidad empieza su andadura con la ciencia, pero sólo termina su recorrido cuando es la conciencia la reguladora de las conductas, quedando así éstas separadas del fin de conformidad y acomodo al orden preestablecido del mundo. La modernidad es, en definitiva, la apología de la libertad y la responsabilidad de la persona, de la gestión comprometida de la propia vida.

Los que desean amputar a la modernidad el sujeto, solamente pretenden reducirlo a razón para despersonalizarlo, volviendo así a colocarlo en el orden impersonal del mundo o de su historia. Sin embargo, la verdadera modernidad ve en el sujeto libre el principio del bien, el control de sus acciones y de su situación, esto es, el concebirse así mismo como actor —factor— de su propia vida.

 

El individuo, el sujeto, el actor

En una formulación rigurosa, estos términos deben ser definidos teniendo en cuenta la profunda relación que entre ellos existe (y muy probablemente, en el orden en que han sido escritos), de la manera en que lo hizo Freud al analizar la síntesis del Ego como la actuación de las instancias de censura o prohibición sobre la reserva pulsional que constituye el Ello. Para el triunfo íntegro de la modernidad —no sólo de una de sus partes— es innecesario que la razón se imponga a los instintos, por el contrario el individuo debe reconocer su sí mismo y su subjetividad. Dicho individuo debe ser esa entidad en que vida y pensamiento, experiencia y conciencia, se hacen uno; por tanto es la pervivencia de la vida en el individuo, la que convirtiéndose en esfuerzo constructivo para lograr la unidad de la persona, permite el surgimiento del sujeto. De esta forma, el control de lo vivido, su transformación en personal, el reconocimiento de su autoría, el paso del Ello al Yo... es el sujeto. Sujeto, que no actúa conforme a la situación que ocupa en el entorno social, sino que actúa transformándolo, es actor. Aquél, en frase de Bernard Shaw, que «adapta el mundo a sí» y por tanto, «de quien depende el progreso». El actor se inserta en unas relaciones sociales, pero nunca se identifica totalmente con ellas, pues le supondría una pérdida de su identidad, una disminución de su sí mismo para ser más grupo. Erich Fromm ha explicado en un precioso libro sobre El arte de amar, las dos grandes necesidades antagónicas que luchan en el interior del hombre: por un lado desea ser aceptado, pertenecer a un grupo, ser reconocido socialmente...y en el otro extremo su no menos fuerte tendencia a destacar, sobresalir, diferenciarse de dicho grupo, para no verse diluído en él.

Es significativo del concepto de actor y de su capacidad de transformación, que haya hecho abandonar a los estudios sobre la sociedad su lenguaje determinista y los haya embarcado en un viaje en que reconocen la gran influencia de los actores y las posibilidades de cambio que éstos siempre suponen. Nos encontramos pues, que el actor libre y responsable está inseparablemente definido con el sujeto, y que ambos luchan contra la lógica que el sistema pretende imponer al individuo, al intentar reducirlo a la consecución racional —calculable y previsible, y en este sentido calculada y prevista— de su interés.

Acecha, no obstante, el peligro de que la producción que del actor hace el sujeto en la sociedad moderna fracase, y devengue ésta en la separación del individuo, del sujeto y del actor: puede caerse en un individualismo narcisista, o en la concepción de un sujeto con connotaciones religiosas o estéticas, o en un acomodamiento a lo que de cada uno se espera, que asuma sus papeles. Es una huida, por el atajo de la rápida y fugaz vida cotidiana, de nuestra identidad al ver que no coincide con nuestro sí mismo.

El sujeto es la apelación a ese sí mismo, para que se convierta en actor, es el Yo sin la exclusión del Ello ni de los papeles sociales; por eso no puede triunfar, y la ilusión del reconocimiento externo no es sino la supresión del individuo tanto como la de los instintos o los papeles sociales, la abolición del sí mismo al identificarse con lo que le es más externo. Por tanto, la subjetivación es lo contrario de la sumisión del individuo a unos valores transcendentales; es la transformación del individuo en sujeto ayudado por el propio sujeto.

En el mundo moderno, antropocéntrico, el hombre es el fundamento de los valores, ya que es la libertad la mayor y única sujeción a la que el individuo está expuesto, lo cual supone una frontal oposición a cualquier dependencia que no sea la libertad misma y su creatividad. Por consiguiente, el individuo solamente es sujeto a través del control de sus obras mediante la libertad responsable: es la afirmación de las virtudes privadas sobre el juicio público apoyado en la conveniencia social.

 

||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| gárgola vacas 1998